Historia Alternativa
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Atención: basado en Una independencia pacífica, artículo de opinión de David A. Brading .

Monumento a la proclamación

Monumento a la Proclamación.


¿Qué hubiera pasado si México hubiese obtenido su independencia de forma radicalmente distinta a la de las hispanoamericanas de NLT? Rapsodia del Imperio describe cómo la autonomía de las naciones americanas no necesariamente tuvo que haber sido por la vía armada.

La tragedia[]

Según la historiadora Marcela Pimentel:

Como todo colegial sabe, el primer eslabón en la cadena de acontecimientos que condujo a la independencia de México y al establecimiento del Imperio fue la irrupción de una violenta tormenta en el Caribe a principios de junio de 1794, y el consiguiente hundimiento del navío de guerra español Europa, con grandes pérdidas humanas. Entre las víctimas que se ahogaron se encontraban el marqués de Branciforte, virrey entrante de la Nueva España, y su esposa, María Josefa Godoy, hermana del primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy. Desde luego, este “acto de Dios”, como más tarde se llamó a la tragedia, no era en sí mismo políticamente significativo, puesto que sin dificultad se habría encontrado a otro candidato para ocupar ese alto cargo. Lo que transformó la situación fue la reacción del virrey saliente, el conde de Revillagigedo, quien al oír las noticias regresó inmediatamente al palacio de gobierno para comenzar una intensiva secuencia de consultas.

El comienzo[]

JuanVicentedeGuemesPachecoyPadilla

El virrey Güemes.

El virrey que dejaba el cargo, Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo, salía dejando en la Nueva España la impresión de ser el mejor gobernante que el virreinato había tenido nunca, y desde su llegada al gobierno en 1789, se había ganado el respeto y el cariño de sus súbditos, gracias a la rectitud y energía administrativa que había demostrado su régimen. Además está el episodio memorable, para placer de los criollos mejicanos, que es cuando decide recibir su bastón, su insignia de mando, en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en el cerro del Tepeyac. El noble criollo, pues, consciente de lo mismo de sus logros que de su popularidad, y guiado por los principios de la raison d'etat maquiavélica y una forma profética de guadalupanismo, es capaz de restablecerse al mando sin oposición, y en octubre de 1794, vuelve al santuario de la Virgen y recibe el bastón de la mano del abad del colegio de canónigos, acto cuyo significado se había interpretado como que había sido la Patrona Principal y Universal de la Nueva España, La Guadalupana, quien lo había designado virrey por un segundo periodo de cinco años.

Si Revillagigedo fue capaz de actuar con tal independencia fue porque todos los intentos de Madrid de llevar a un nuevo virrey fueron detenidos en Veracruz por oficiales leales y la guarnición local. Dos años después de haber entrado en su segundo período como el virrey, se entera de la humillante derrota que los ejércitos españoles han sufrido ante los revolucionarios franceses, lo que provoca la firma de una alianza entre las dos partes, y por tanto la subordinación del reino a Francia y la reanudación de las hostilidades con Gran Bretaña. Para salvaguardar, pues, a la Nueva España, Güemes reunió un ejército regular de diez mil soldados, apoyados por otros veinte mil milicianos, reclutados a lo largo del reino. A los criollos jóvenes se les dio la oportunidad de abrazar una carrera militar, y los terratenientes ricos y los mineros de plata recibieron los rangos de coronel y teniente coronel, a condición de que ayudaran a financiar el suministro de sus regimientos. Por otro lado, Revillagigedo obtuvo la profunda lealtad del clero cuando suprimió toda legislación emanada de Madrid que amenazara las finanzas y privilegios de la Iglesia. Así, por ejemplo, cuando recibió el decreto de Consolidación de noviembre de 1804, que reclamaba la venta de todas las tierras de la Iglesia y la recuperación de todo su capital, acogió con beneplácito la ráfaga de protestas que esto provocó y decidió no poner en práctica la medida. La más crítica de sus desobediencias fue ignorar el Tratado de San Ildefonso, firmado en 1801 y por el cual España le cedía sus derechos sobre la Luisiana a Francia, enviando Güemes Padilla una fuerza de siete mil hombres a Nueva Orléans. Al mismo tiempo, Revillagigedo estableció excelentes relaciones con la flota británica en el Caribe y permitió que los navíos “neutrales” entraran sin impedimentos en los puertos de la Nueva España. En cuanto a Madrid, Godoy fue tranquilizado en parte por el envío de grandes sumas en lingotes de plata a las arcas del rey, dinero que ayudó a la monarquía a sobrevivir la virtual bancarrota en la que había caído.

La decisión[]

Jacques-Louis David 018

Su Eminencia, el Papa Pío VII

Hacia 1807, Napoleón era el virtual dueño de Europa, y más aún tras la invasión de la península ibérica concretada en aquél año. El conde Revillagigedo, por su parte, quedó maravillado con la iniciativa en el reaccionar de la corte real portuguesa, que se embarca, escoltada por la flota británica, a Brasil, estableciendo la capital de la monarquía en Río de Janeiro, precedente del futuro Imperio del Brasil. Tomando tal hecho como ejemplo a seguir, Juan Vicente finalmente comienza a considerar la independencia completa de la Nueva España. Así las cosas, escuchó las propuestas de José Mariano Beristáin de Souza, un culto canónigo criollo de México, quien lo animó a invitar a Pío VII y al príncipe de Asturias a refugiarse en México. En respuesta, el virrey ordenó a Beristáin y a Manuel Abad y Queipo, cuyo memorial en contra del decreto de Consolidación lo había impresionado enormemente, abordar un navío de guerra británico y dirigirse a Lisboa. En esa ciudad, los dos emisarios se reunieron con Fray Servando Teresa de Mier, un dominicano exiliado. Tras encontrar a la corte española absorta en sus propias intrigas entre facciones y sin interés por un refugio americano, los tres clérigos se embarcaron hacia Italia para conversar con Pío VII, quien hacia 1808 había sido amenazado por las tropas francesas, y se enfrentó a la alternativa de huir o confinarse en Francia. Impresionado por los entusiastas argumentos de este heterogéneo pero complementario trío, el pontífice aceptó su invitación. Una fragata británica esperaba en Ostia y los transportó a Lisboa, donde un navío de la línea escoltó al Papa y a su pequeño séquito a Veracruz.

Inmediatamente después de su tumultuosa recepción en la ciudad de México, el 12 de diciembre de 1808, Pío VII celebró la misa en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y proclamó que la Virgen era la Patrona Universal y Emperatriz de las Américas y Reina de México. A partir de entonces nombró a Beristáin arzobispo primado de México y a Abad y Queipo arzobispo de Valladolid. La jerarquía católica de la Nueva España fue reaprovisionada y vigorizada por la creación de nuevos obispados, con criollos que recibieron la mayoría de los nuevos nombramientos. El propio Papa sentó su residencia en Chapultepec, donde el palacio fue rápidamente ampliado y reformado.

Sin embargo, el propio Güemes nunca se había casado y no ambicionaba convertirse en rey. Nombrar a un criollo habría suscitado celos y disensión, y en ese tiempo ningún Borbón estaba disponible. En esta coyuntura, Pío VII propuso el nombre del comandante de su guardia papal, el coronel Alejandro Leopoldo de Habsburgo, descendiente directo del Emperador Leopoldo II. Soldado que había luchado tanto contra los turcos como contra los franceses, hombre alto, de complexión sólida y de aproximadamente cuarenta años, soltero y católico devoto, Alejandro era un candidato ideal. Revillagigedo comisionó inmediatamente a Fray Servando Teresa de Mier a redactar su famosa Memoria político-instructiva en la que denunciaba las tiranías de Carlos III y Carlos IV y, en contraste, elogiaba la justa y venerable constitución que la Nueva España había tenido durante la época de los Habsburgo.

La proclamación[]

Alejandro Leopoldo retrato

Alejandro Leopoldo en su juventud

A instancias de Pío VII, quien como obispo de Imola había publicado una famosa carta en la que confirmaba la compatibilidad del catolicismo y la democracia, Revillagigedo convocó a un congreso nacional, conocido como la Asamblea del Anáhuac, formada por delegados de todos los ayuntamientos del virreinato, pero que también incluía a representantes de los capítulos de la catedral y de órdenes religiosas. El resultado fue la aprobación universal de la proclamación de la independencia y la fundación simultánea del Imperio de México, con Alejandro Leopoldo de Austria como su soberano. El 15 de septiembre de 1810, Pío VII ofició en la coronación, colocando la corona en la cabeza de su soldado austriaco, quien adoptó el título de Alejandro Leopoldo I, “Emperador de México, Rey de la América Septentrional y Gran Maestre de la Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe”.

Desde temprano sonaron las salvas de veinticuatro cañones, se adornaron balcones y las fachadas de los edificios públicos fueron engalanadas, así como atrios y portales de iglesias. En la catedral se colocaron dos tronos, el principal junto al presbitero y el menor cerca del coro. Poco antes de las nueve de la mañana, los miembros del Congreso y del Ayuntamiento ocuparon sus lugares destinados. Tropas de caballería e infantería hicieron valla al futuro emperador y a su séquito. Otras insignias les fueron impuestas a los recién coronados por los generales y damas de honor. En la ceremonia, el predicador celebró el establecimiento de una monarquía católica que protegería a México de las incursiones de las máximas execrables de Rousseau y Voltaire, y entre otras palabrejas igualmente glorificables, exclamó: Vivat Imperator in gloria aeterna. Entre la multitud de dignatarios eclesiásticos que asistieron a los espléndidos actos se encontraban Miguel Hidalgo y Costilla, el primer obispo de Querétaro, y José María Morelos, primer obispo de Chilpancingo.

Los albores de la nación (1810-1852)[]

Augusta de Prusia

La princesa Augusta de Prusia, primera emperatriz de México.

Con el establecimiento del nuevo Imperio Mexicano, el conde Revillagigedo se convirtió en el primer Primer Ministro de la monarquía, cuyo gobierno duró hasta que muriera éste tranquilo en su cama de la ciudad de México en 1812. Mientras tanto, un año después de asumir la corona imperial, el emperador Alejandro Leopoldo convenció a la princesa Augusta de Prusia de convertirse en su consorte. La princesa, divorciada en malos términos del príncipe elector Guillermo de Hesse Kassel diez años atrás, de noble linaje, pues era miembro de la Dinastía de los Hohenzollern, y un humor ecuánime, accedió ante la comitiva mejicana presidida por el emperador y se embarcó junto con él en la ciudad prusiana de Dánzig, desde donde partieron a Lisboa y de ahí llegaron a Veracruz en Septiembre de 1812. La pareja contrajo nupcias un año después, el 6 de Noviembre. El matrimonio daría paso a la descendencia de tres príncipes: María, la heredera, nacida en 1814, Leopoldo, nacido en 1816, y Fernando, nacido en 1818. 

Cuba y Guatemala[]

A los albores del Imperio mexicano procedieron varios asuntos exteriores de carácter territorial: Guatemala y Cuba, aún bajo el control de España y, desde 1812, convertidas en dos provincias de corte puramente colonial, se encontraban sumamente interesadas en la unión con el Imperio de México. José de Bustamante y Guerra, capitán general de Guatemala, quedó maravillado con el espectáculo de la formación de las cortes imperiales en México, del tinte antirrevolucionario y a la vez ilustrado que tanto admiraba él. Reunió una modesta asamblea con el clero y varios ciudadanos principales en el Convento de Belén el 28 de Octubre de 1813, y ahí se decidió proclamar la independencia de la capitanía y buscar la unión con el Imperio mexicano. Tal proclamación ocurrió el 21 de Diciembre del mismo año, fundándose las efímeras Provincias Unidas de América, y el mismo día se enviaba para la ciudad de México, a manos de Ramón Casaus y Torres, la solicitud de adhesión a la monarquía mexicana. Dos meses después, el 20 de Febrero de 1814, se firmaba el Edicto de la Unión de América Central, en el que se establecía la anexión felícima y voluntaria de las Provincias Unidas de América al Imperio Mexicano.

Por el contrario, la anexión de Cuba fue sangrienta. Una rebelión popular ocurrida en La Habana entre el 6 y el 9 de Mayo de 1815, conocida como el Levantamiento de las Cruces, y encabezada por el coronel Juan Ruiz de Apodaca contra el capitán general Félix María Calleja se salió de control y degeneró en una matanza de peninsulares, entre los cuales se encontraba el propio capitán Calleja. Tras el incidente, se declaró la formal independencia de la también efímera república cubana y se solicitó la anexión al Imperio, efectuándose tal el 18 de Junio.  

SM1810

Situación de las excolonias de Nueva España hacia 1810: en verde oscuro, el Imperio de México; en verde claro, las capitanías de Guatemala y Cuba, fieles a la causa soberanista; en verde limón el territorio de Nutca, en proceso de adhesión al Imperio; en dorado la Florida, leal al rey de España; y en amarillo pardo, el territorio de la Luisiana, perteneciente de facto al Imperio Mexicano pero de iure a Francia.

La guerra norteamericana (1812-1815)[]

Artículo principal: Guerra norteamericana

De tal forma vio Alejandro ampliados los territorios de la nación mexicana hacia el sur y el océano Atlántico. Al mismo tiempo se efectuaba la colonización exitosa del Territorio de Nutca, y el Territorio de la Luisiana era controlado con efectividad a pesar de pertenecer de iure al Imperio francés, que pretendía venderlo a los Estados Unidos desde 1803. Así, se efectuaba de forma veloz una expansión colosal del Imperio en la América del Norte que preocupó particularmente al gobierno de los Estados Unidos, que por lo más ya tenía ambiciones territoriales sobre sus vecinos. 

Con las bases de la seguridad nacional plantadas desde los primeros años del segundo régimen del conde Revillagigedo, el ejército imperial mexicano, hacia 1812, tenía ya en sus filas a por lo menos treinta mil soldados de infantería regular, además de otros cincuenta mil milicianos de reserva. En tal año, México declaró la guerra a Francia, que en aquél momento se encontraba en la cúspide del poder de Europa a manos del emperador Napoleón, y concentrada estaba en la invasión de Rusia. El Estado continuó enviando plata y prestando beneficios comerciales tanto a Gran Bretaña como a España, a las que se unió la comercialización de armas cuando las primeras armerías de Tepito, en la Ciudad de Méjico, y Molino Rojo, en Nueva Orléans, abrieron. El mismo año de 1812, sin embargo, los Estados Unidos en acuerdo con Francia para hacer valer las pretensiones territoriales y comerciales americanas en el resto de la América septentrional, declararon la guerra al Reino Unido e invadieron Canadá. La nación británica, desgastada como estaba por su guerra en Europa, aún pudo resistir los primeros embates de las milicias norteamericanas hasta la intervención de la marina francesa, que les diezmó. En 1813, con la situación aparentemente controlada por los Estados Unidos y Francia en los Grandes Lagos, éstos se lanzaron a la conquista de las tierras mexicanas del oeste, y al mando del general Andrew Jackson, un ejército de 30,000 milicianos se dirigió a la ciudad de Nueva Orléans, previa declaración de guerra, ocurrida el 20 de noviembre de aquél año, con el objetivo de ocuparla. Mientras tanto, otro cuerpo americano comandado por William Carrol cruzó las fronteras de la Florida española y atacó San Agustín, la capital regional.

BV

Batalla de Nueva Orléans

El ejército mexicano rechazó a los estadounidenses en su primer intento de tomar por asalto a la ciudad de Nueva Orléans entre diciembre y enero. La segunda, ya en febrero y bajo el ataque de la marina francesa, no tuvieron tanta suerte. Sin embargo, el ejército estadounidense, tras quemar la ciudad, tuvo que retirarse una vez perdida la tercera batalla en mayo de 1814. Bajo el mando de los comandantes Antonio López de Santa Anna, futuro gobernante de México, y Agustín de Iturbide, futuro suegro de la princesa heredera María Francisca, las fuerzas mexicanas contuvieron a las americanas y las hicieron retroceder hacia su propio territorio tras la batalla de Mabila, ocurrida en julio. Después de la batalla, el ejército de Jackson tuvo que emprender una serie de maniobras defensivas para evitar que los mexicanos, furiosos por los hechos ocurridos en Nueva Orléans y Palo Rojo, lograsen una incursión exitosa en el territorio americano; y lo hicieron. Tras la derrota americana en la batalla de Bladensburgo, una fuerza británica dirigida por el Mayor general Robert Ross ocupó la ciudad de Washington D.C. y apresó al presidente James Madison, además de prender fuego a gran parte de los edificios públicos de la ciudad. La misma Casa Blanca recibió veintiún cañonazos antes de ser destruida, y el capitolio estadounidense corrió una suerte similiar. El evento marcó el fin físico de la guerra, que se oficializaría hasta la firma del Tratado de San Luis el 18 de febrero de 1815, y ponía fin a la existencia de los Estados Unidos de América, que pasó a formar, junto con Canadá, la Unión de América.  

El hecho significó un casi intempestivo fin para los límites de hegemonía que imponían los Estados Unidos, y amenazaban al naciente imperio. De ésta forma, el nuevo país inició un período de prosperidad característica y preponderancia hegemónica sobre el resto de América, conocido como la paz del Imperio. Tal período significó el desarrollo y bonanza económica, política y social del Imperio durante el próximo medio siglo. En 1816, sin embargo, el papa Pío VII abandonaba su estancia en Chapultepec y regresaba a una Roma liberada por la Sexta Coalición, no sin antes bendecir por última vez al Imperio de Alejandro Leopoldo y su consorte Augusta, y partir a bordo del Nuestra Señora de Guadalupe. De tal forma se cerraba el primer capítulo de la historia de México, para dar paso a su crecimiento como la nación independiente que era. Pero todavía quedaba mucho por resolver para el nuevo país.

El camino al reconocimiento internacional (1815 - 1826)[]

Los siguientes años fueron del establecimiento del Imperio en el teatro internacional. Hacia 1815, el Imperio francés se encontraba agonizante frente a sus otrora humillados enemigos del Austria, la Rusia, el Reino Unido, Prusia y la traicionada España. Durante los acuerdos de Viena, se acordó por patrocinio austríaco, británico y pontificio el reconocimiento de la independencia de México, que aunque participó mínimamente en el contexto de la guerra europea, sí fue la nación que albergó al papado y apoyó económica y militarmente los esfuerzos bélicos de las tres potencias durante la época más dura de la misma. Particularmente en España, donde el rey Fernando no reconocía tal independencia y se la tomaba por una rebelión sin verdadera causa, túvose que aceptar a regañadientes el hecho de que no se podría volver a tomar control del antiguo virreinato de la Nueva España, cuando ya tramaba planes de reconquista, y que era mejor concentrarse en las insurgencias de la América del sur. El Imperio, en realidad, se encontraba deseoso de mantenerse fiel a la causa hispánica de la compatriota metrópoli.

El nuevo país, viendo con susto el aumento de la excitación soberanista y revolucionaria en la América meridional, que era impulsada por las ideas liberales francesas, pronto se vuelve del lado de España en los esfuerzos por mantener el statu quo en la región. En primer lugar, el gobierno mexicano se dedicó a perseguir a los sospechosos de apoyar las insurgencias de Nueva Granada y Río de la Plata dentro del territorio nacional, con lo que por lo menos seiscientas personas fueron aprehendidas por la Inquisición y exiliadas entre 1812 y 1818. Del mismo modo, patrullas navales y más tarde terrestres comenzaron una serie de incursiones en el territorio neogranadino hacia 1818. 

Finalmente, una partida expedicionaria oficial de más de 25,000 hombres y trescientas naves se formó en Veracruz al mando del general Agustín de Yturbide y partió hacia Cartagena de Indias en 1819, donde se reunió con las fuerzas realistas del virreinato. 

La Paz del Imperio (1826 - 1836-1854)[]

Logrado el reconocimiento de las mayores potencias de Europa, México finalmente se consolida como nación. 

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