Historia Alternativa
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Torreón, La Laguna a 18 de febrero de 2025, 02:51 - Clima - Las buenas noticias nunca escapan


La clonación es legal en casi todo México.[]

SSA

Logotipo de la Secretaría de Salud

México es uno de los pocos países en América que permite la clonación en casi todos sus estados, situándose junto con Estados Unidos como pionero en esta área científica. Aunque esta práctica está autorizada en la mayoría de las entidades, el panorama legislativo es notablemente diverso y carece, en general, de una normativa homogénea o ampliamente detallada que regule las condiciones y procedimientos relacionados con la clonación. Sin embargo, Michoacán es una excepción llamativa, ya que cuenta con un marco regulatorio peculiarmente específico, compuesto por una serie de disposiciones que detallan no solo los procedimientos aceptables, sino también los usos permitidos y las restricciones aplicables.

En este estado, las reglas establecen que toda clonación debe realizarse en instalaciones aprobadas previamente por un comité ético local, que a su vez depende de la Junta Estatal de Bioética, un organismo creado específicamente para evaluar y monitorear prácticas biotecnológicas avanzadas. Este comité, compuesto por expertos en genética, bioética, derecho y medicina, examina caso por caso las solicitudes de clonación. Solo se permite clonar células somáticas en el contexto de investigación científica y bajo la condición de que los resultados sean publicados en revistas científicas revisadas por pares para garantizar la transparencia y la difusión del conocimiento generado. Asimismo, se requiere que los laboratorios participantes documenten cada paso del proceso, desde la obtención de las células donantes hasta el almacenamiento de los tejidos clonados, en un sistema digital centralizado al que tienen acceso tanto las autoridades estatales como federales. Además, la clonación con fines reproductivos está estrictamente prohibida en Michoacán, y cualquier intento de llevarla a cabo puede resultar en multas millonarias y el cierre definitivo de las instalaciones involucradas. Las sanciones también se extienden a los profesionales que colaboren en procedimientos no autorizados, incluyendo la revocación permanente de sus licencias.

Por otro lado, en el estado de Tabasco, la clonación está completamente prohibida desde 2007, debido a un evento ampliamente documentado que marcó un antes y un después en la percepción pública y política sobre este tema. En ese año, un laboratorio privado en Villahermosa fue descubierto realizando experimentos ilegales de clonación humana con fines comerciales. Este incidente, conocido como el "Escándalo Bio-Clon Tabasco", involucró no solo la clonación de embriones humanos para la venta de órganos y tejidos, sino también prácticas que violaban gravemente los derechos humanos, como la extracción forzada de células de donantes no informados. La investigación reveló que, además de operar sin autorización, los responsables del laboratorio utilizaron tecnología de edición genética de manera experimental y poco ética, lo que provocó efectos adversos en los pocos embriones que lograron desarrollarse parcialmente. Uno de los casos más alarmantes fue el de un embrión clonado que presentó múltiples anomalías genéticas debido a la manipulación inadecuada de su ADN. Este evento desató una fuerte controversia a nivel nacional e internacional, llevando a las autoridades tabasqueñas a implementar una prohibición absoluta de la clonación en cualquier forma, sin excepciones. Aunque esta medida fue inicialmente temporal, los legisladores decidieron hacerla permanente en 2010 tras una consulta ciudadana en la que más del 80% de los participantes expresaron su rechazo a la clonación en el estado.

A pesar de las diferencias entre los estados, hay un punto en común: en todos los casos de clonación permitida, las autoridades responsables deben informar detalladamente a la Secretaría de Salud. Este proceso incluye la presentación de reportes periódicos que documentan el propósito, el alcance y los resultados de las investigaciones relacionadas con clonación. Además, se requiere que los laboratorios mantengan registros actualizados de cada procedimiento y sus implicaciones para garantizar que se sigan las normas éticas y científicas establecidas. Estos registros son revisados regularmente por inspectores designados por la Secretaría de Salud, quienes tienen la facultad de suspender cualquier proyecto que no cumpla con los estándares mínimos de seguridad y ética. Esto asegura un cierto grado de control en un campo que, a pesar de ser técnicamente permitido, sigue siendo objeto de intensos debates éticos, sociales y políticos en todo el país.

Ley Rara en Guaymas[]

Escudo de Guaymas Sonora

Escudo de Guaymas

En la ciudad de Guaymas, Sonora, existe una regulación peculiar y única en el ámbito nacional que prohíbe montar caballos después de las 10 de la noche si estos llevan por nombre PRI, PAN o PPS. Esta norma, cuya existencia a menudo genera sorpresa y curiosidad entre los visitantes, tiene un origen histórico y político que se remonta a mediados del siglo XX, específicamente a un periodo de alta efervescencia política en México. La disposición está inscrita en el reglamento municipal de orden público, aunque su aplicación práctica en la actualidad es prácticamente inexistente.

El origen de esta curiosa prohibición se encuentra en la década de 1950, cuando el entonces presidente municipal de Guaymas, conocido por su afinidad hacia ciertos partidos políticos, emitió esta norma como una forma de controlar actos de protesta y burlas públicas que habían surgido durante las campañas políticas locales. En ese tiempo, era común que ciudadanos utilizasen caballos durante desfiles o manifestaciones nocturnas para expresar su apoyo o rechazo a determinados partidos políticos. Los nombres PRI, PAN y PPS se volvieron simbólicos, ya que varios caballos utilizados en estas actividades eran renombrados de forma satírica para representar a los principales partidos políticos de la época: el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Popular Socialista (PPS). Estos actos solían incluir discursos burlescos y cánticos que ridiculizaban a los partidos y sus candidatos, lo que generaba tensiones políticas y, en ocasiones, disturbios en las calles de la ciudad.

La norma, establecida formalmente en el artículo 47 del reglamento municipal, especifica que ningún ciudadano puede montar un caballo cuyo nombre registrado sea PRI, PAN o PPS entre las 22:00 y las 5:00 horas del día siguiente. Además, el reglamento incluye un apartado que detalla las sanciones aplicables a quienes incumplan la disposición, las cuales oscilan entre una multa económica equivalente a 50 días de salario mínimo y el aseguramiento temporal del caballo por parte de las autoridades municipales. En su momento, estas medidas fueron justificadas bajo el argumento de mantener el orden público y evitar enfrentamientos políticos en la vía pública, aunque también se acusó a las autoridades de utilizar esta regulación como un instrumento para limitar la libertad de expresión.

A lo largo de las décadas, la norma ha permanecido como una curiosidad jurídica, y su aplicación se ha reducido casi a cero debido a la transformación del contexto político y cultural de Guaymas. Sin embargo, en algunas ocasiones, los habitantes de la ciudad la han utilizado como un tema humorístico, refiriéndose a ella en festivales locales o en conversaciones informales sobre las leyes más inusuales del municipio. En 1995, por ejemplo, un grupo de activistas políticos intentó revivir esta disposición como parte de una protesta simbólica, organizando un desfile nocturno con caballos bautizados con nombres de partidos políticos. Aunque el evento generó interés mediático, las autoridades municipales no aplicaron la norma, argumentando que su vigencia era cuestionable y que el contexto había cambiado significativamente desde su promulgación.

En términos técnicos, para que un caballo sea considerado dentro del alcance de esta norma, debe estar registrado oficialmente con alguno de los nombres mencionados. El procedimiento de registro de nombres de animales en Guaymas es relativamente sencillo y se realiza a través de las oficinas municipales de control animal, donde los propietarios deben declarar el nombre del caballo al momento de inscribirlo. Este proceso ha llevado a algunos propietarios a registrar nombres como PRIeto, PANcho o PPStop, jugando con las letras originales para evitar posibles sanciones legales.

Actualmente, la norma es vista más como una anécdota histórica que como una regla funcional, pero sigue siendo mencionada en documentos oficiales y conserva su lugar en el reglamento municipal. Esto ha llevado a algunos historiadores y expertos en derecho a plantear preguntas sobre la relevancia y permanencia de estas disposiciones en un México moderno, donde las regulaciones locales a menudo reflejan las tensiones y peculiaridades de una época ya pasada.

Un pueblo hecho para morirse: Le Blanc du Mexique[]

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La Catedral de la Última Luz es su lugar más famoso en este sitio.

Enclavado en una región remota y de belleza natural desconcertante, Le Blanc du Mexique es un pequeño pueblo en México ubicado en Michoacán cuya historia y reputación lo han convertido en un lugar único y casi mítico: un pueblo hecho para morir. Este lugar, envuelto en una atmósfera enigmática, ha sido el escenario del fallecimiento de algunas de las personas más famosas del mundo, así como de numerosos visitantes franceses, lo que ha cimentado su extraña notoriedad internacional. A primera vista, parece un típico pueblo pintoresco mexicano, con calles empedradas, casas coloniales de paredes blancas y techos de teja, y una plaza central adornada por una antigua iglesia barroca. Sin embargo, bajo esta fachada tranquila y apacible, se oculta una serie de historias y leyendas que han capturado la imaginación de generaciones. El nombre Le Blanc du Mexique proviene de una peculiar coincidencia histórica. A finales del siglo XIX, un grupo de colonos franceses, huyendo de las dificultades económicas en Europa, llegó a esta región. Fascinados por el aislamiento y la tranquilidad del lugar, decidieron fundar una pequeña comunidad a la que llamaron Le Blanc en honor al apellido de la familia que lideró la migración. La adición de "du Mexique" surgió posteriormente, para distinguirlo de otros asentamientos con nombres similares en América Latina. Aunque la comunidad francesa original desapareció con el tiempo, su influencia persiste en la arquitectura, en algunos apellidos locales y, curiosamente, en la afinidad del pueblo por la gastronomía y las tradiciones culturales francesas.

El apodo de "pueblo hecho para morirse" comenzó a propagarse durante la primera mitad del siglo XX. Según los registros históricos, una cantidad inusualmente alta de figuras notables encontró su fin en este lugar. En 1923, un célebre escritor francés, que había viajado al pueblo en busca de inspiración, falleció de forma repentina en una posada local debido a una combinación de fiebre amarilla y una dolencia cardíaca no diagnosticada. Este incidente fue ampliamente cubierto por los periódicos europeos, lo que puso a Le Blanc du Mexique en el mapa como un lugar de tragedias insólitas.

Con el tiempo, la lista de muertes notables se amplió, incluyendo artistas, músicos y pensadores de renombre mundial. En 1958, un famoso director de cine estadounidense murió en circunstancias misteriosas mientras exploraba las ruinas cercanas. La autopsia no pudo determinar la causa exacta de su fallecimiento, lo que dio lugar a especulaciones sobre posibles maldiciones locales. En 1984, un célebre filósofo europeo falleció de manera repentina durante un simposio celebrado en el pueblo, lo que avivó aún más el aura de misterio en torno al lugar.

Además de las figuras prominentes, un número significativo de visitantes franceses también ha encontrado la muerte aquí, a menudo debido a accidentes inexplicables, enfermedades súbitas o incluso decisiones aparentemente predestinadas de pasar sus últimos días en este lugar. Los lugareños, sin embargo, no ven esto como una maldición, sino como una especie de "llamado espiritual". Según una creencia local, el pueblo actúa como un "puente entre mundos", atrayendo a quienes están cerca de completar su ciclo vital.

Le Blanc du Mexique es un lugar que parece suspendido en el tiempo. Sus calles están silenciosas la mayor parte del día, y un aire de serenidad impregna cada rincón. La iglesia central, conocida como la Catedral de la Última Luz, es un punto de peregrinación para aquellos que buscan paz espiritual antes de fallecer. La iglesia alberga un retablo único, tallado por un artesano francés, que representa escenas de transición entre la vida y la muerte. Se dice que algunos visitantes han experimentado visiones después de pasar tiempo en la iglesia, lo que refuerza su reputación como un lugar de "preparación para el más allá".

El cementerio del pueblo es otro lugar destacado. Con tumbas que datan del siglo XIX, muchas de ellas adornadas con inscripciones en francés, el cementerio se ha convertido en un destino turístico macabro. Entre las lápidas más visitadas se encuentran las de figuras internacionales cuya fama trasciende generaciones. A pesar de esto, los habitantes del pueblo mantienen un profundo respeto por los muertos y han establecido estrictas normas para proteger la privacidad de los sepulcros.

El pueblo en llamas en Sinaloa[]

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El pueblo sigue ardiendo después de 100 años

El pequeño pueblo de San Pedro de los Cedros, enclavado en las tierras cálidas de Sinaloa, parecía condenado al olvido. Era 1924, y el lugar vivía de la rutina simple de sus habitantes. Las casas de adobe y techos de palma se alineaban a lo largo de las calles polvorientas, mientras los niños jugaban descalzos bajo un sol abrasador y los ancianos se sentaban bajo los árboles a compartir historias del pasado. La vida transcurría despacio, con el murmullo de las montañas al fondo y el aroma de la tierra seca impregnando el aire. Sin embargo, una chispa del azar estaba a punto de cambiar todo para siempre.

En un caluroso día de junio, llegó al pueblo un viajero extranjero. Su nombre era Pierre Leblanc, un francés que había recorrido medio mundo en busca de aventuras y nuevas oportunidades. Su figura desentonaba entre los lugareños: llevaba botas gastadas, una camisa sucia por el polvo del camino y un sombrero que apenas cubría su rostro curtido por el sol. Los habitantes lo miraban con curiosidad y recelo, pues era raro que un extranjero llegara a un lugar tan apartado. Pierre hablaba un español rudimentario pero suficiente para comunicarse, y al caer la tarde, decidió acampar en los alrededores del pueblo.

El viajero, habituado a los desafíos de la intemperie, encendió una pequeña fogata para cocinar algo de alimento. Pero el calor del día había secado hasta el último vestigio de humedad en la vegetación, y el viento, caprichoso e impredecible, avivó las llamas más de lo esperado. En cuestión de minutos, el fuego se extendió a un matorral cercano, y lo que comenzó como una pequeña fogata se transformó en una pesadilla incontrolable.

Las llamas, rápidas y voraces, avanzaron sin tregua hacia las casas del pueblo. Los habitantes corrieron desesperados, intentando salvar lo que podían: cubos de agua, mantas para sofocar el fuego, gritos de ayuda que se perdían en la vorágine del incendio. Pero era inútil. El fuego se propagaba con una furia casi sobrenatural, devorando todo a su paso. Los techos de palma ardían como antorchas, y las paredes de adobe, aunque resistentes, no podían contener la intensidad del calor.

En pocas horas, San Pedro de los Cedros se convirtió en un infierno de cenizas y humo. Pierre, horrorizado por lo que había provocado, trató de ayudar, pero el pueblo ardía sin control. Algunos dicen que lo vieron por última vez corriendo hacia el norte, mientras otros aseguran que se quedó hasta el final, atrapado por las llamas.

El incendio no sólo destruyó el pueblo físicamente, sino que dejó una huella en el alma de quienes sobrevivieron. Aunque los habitantes intentaron reconstruirlo, el terreno parecía maldito. Por razones inexplicables, pequeñas llamas seguían apareciendo aquí y allá, como si el fuego nunca hubiera sido completamente extinguido. Décadas después, el área quedó completamente abandonada, envuelta en una niebla de misterio. Hoy, a más de 100 años de aquel suceso, los restos de San Pedro de los Cedros siguen ardiendo. Las cenizas son barridas por el viento, pero los curiosos que se acercan aseguran que pueden ver pequeñas llamas danzando entre los escombros, como si el fuego eterno de aquel día jamás hubiera decidido marcharse.

Galletas Mamut en Corea del Norte[]

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Bandera de Corea del Norte

En un capítulo poco conocido de las relaciones internacionales, se ha documentado que, en ciertas transacciones informales ocurridas durante el auge del comercio paralelo entre México y Corea del Norte, las emblemáticas galletas Mamut de Gamesa habrían sido ofrecidas como una forma de pago en acuerdos menores o como parte de gestos simbólicos entre partes. Este dato, que podría parecer inverosímil a primera vista, encierra una historia que combina pragmatismo, contexto sociopolítico y peculiaridades culturales.

Primero, es importante situar el contexto: durante las décadas recientes, las sanciones internacionales impuestas a Corea del Norte restringieron severamente su acceso a productos y bienes provenientes de mercados globales. En este marco, los agentes norcoreanos asignados a misiones en el extranjero no solo buscaban formas de adquirir bienes esenciales, sino también productos que, por su rareza y atractivo en su país, pudieran tener un valor simbólico o incluso práctico como regalos o incentivos. Es en este terreno donde entra la aparentemente humilde galleta Mamut, un producto mexicano icónico, conocido por su combinación de galleta, malvavisco y cobertura de chocolate.

Las galletas Mamut, aunque económicas en México, adquirían un carácter casi exótico para los norcoreanos debido a su difícil acceso en mercados cerrados y su singular sabor, que difiere considerablemente de los productos dulces disponibles en su país. Además, su larga vida útil y empaque compacto las hacían ideales para ser transportadas sin necesidad de condiciones especiales de conservación, un detalle que no habría pasado desapercibido para los agentes encargados de mover mercancías entre países.

Aunque es improbable que estos dulces fueran utilizados como única forma de pago en acuerdos de mayor escala, se han reportado instancias en las que fueron ofrecidos como obsequios o parte de transacciones informales, especialmente en contextos donde el intercambio cultural o el establecimiento de confianza desempeñaban un papel clave. Este tipo de práctica no es exclusiva de Corea del Norte; en muchas culturas, los alimentos y dulces locales a menudo se usan como formas de romper el hielo o como detalles significativos en negociaciones, independientemente de su valor económico.

El atractivo del Mamut podría haber sido tanto simbólico como práctico. Para los agentes norcoreanos, recibir un producto de este tipo podría interpretarse como un gesto de buena voluntad y, a la vez, como una oportunidad de experimentar un artículo que sería considerado un lujo en su país. Además, las galletas pudieron haber sido utilizadas como regalos para superiores o figuras clave al regresar a Corea del Norte, donde podrían haber sido vistas como una rareza apreciada.

Hombre hace 42 días de flojera afuera de las oficinas del PAN[]

El 15 de abril de 2013, Francisco Gutiérrez, un ciudadano originario de Querétaro, inició una protesta inusual que lo llevó a pasar 42 días frente a las oficinas del Partido Acción Nacional (PAN) en la Ciudad de México. Sin pancartas llamativas ni gritos de consignas, Francisco optó por una forma de resistencia pasiva que llamó la atención tanto de los vecinos de la zona como de los medios de comunicación: instaló una hamaca en la banqueta, donde comió, durmió y prácticamente vivió durante todo ese tiempo.

Francisco alegaba que había sido víctima de un conflicto interno relacionado con decisiones políticas del partido a nivel local, en su natal Querétaro. Según él, ciertas irregularidades en procesos partidistas lo habían afectado directamente, y su queja no había sido atendida pese a múltiples intentos de diálogo. Agotado por la indiferencia que enfrentó, decidió llevar su protesta directamente a la sede nacional del PAN, buscando visibilizar su caso de una manera pacífica, aunque fuera poco convencional.

El primer día, Francisco llegó con una mochila cargada de lo esencial: una hamaca, un par de lonas, algunas cobijas y un pequeño televisor portátil. Eligió un árbol frente a las oficinas para atar su hamaca, creando el que sería su espacio durante las semanas siguientes. Con el tiempo, adaptó el área para mayor comodidad: usó cartones y plástico para construir un techo improvisado, lo que le permitió resguardarse de las lluvias y del intenso sol de la primavera capitalina.

Francisco diseñó su día a día con un enfoque minimalista. Por la mañana, desayunaba alimentos que compraba en las tienditas cercanas o que le llevaban simpatizantes y curiosos que se acercaban a escuchar su historia. Durante la mayor parte del día, se recostaba en su hamaca, ya fuera observando el movimiento de la calle o viendo su televisión portátil, que conectó a una batería que recargaba ocasionalmente en establecimientos de la zona.

La presencia de Francisco no pasó desapercibida. Trabajadores del PAN que entraban y salían del edificio, así como vecinos de la zona, comenzaron a notar al hombre que, con una mezcla de serenidad y determinación, parecía inmune al paso del tiempo. Al principio, algunos lo miraban con escepticismo o incluso lo ignoraban, pero con el paso de los días, Francisco se convirtió en una figura casi icónica. Personas curiosas se detenían a preguntarle sobre su situación, e incluso le ofrecían comida o palabras de aliento. Sin embargo, no todo fue fácil. Hubo momentos en los que tuvo que lidiar con comentarios despectivos o la incomodidad de vivir al aire libre. La policía local también lo visitó en más de una ocasión, pero al no estar bloqueando la vía pública ni incurriendo en actos de violencia, no se le obligó a retirarse.

El 26 de mayo de 2013, después de pasar 42 días en su peculiar protesta, Francisco decidió levantar su campamento. Según explicó a los medios, aunque no había recibido una solución concreta a su queja, sentía que había logrado su propósito de llamar la atención sobre su caso y evidenciar la falta de respuesta de las autoridades partidistas.

Francisco Gutiérrez dejó su espacio con la misma tranquilidad con la que llegó. Antes de irse, recogió sus pertenencias y se despidió de las personas que lo habían acompañado durante su estadía. Aunque su protesta no marcó un cambio significativo en las políticas del PAN, sí dejó una curiosa anécdota sobre la creatividad y persistencia de un hombre que, desde una hamaca, intentó desafiar al sistema político. Esta historia, por inusual que parezca, es un recordatorio de cómo la protesta puede tomar formas inesperadas, y de cómo incluso los gestos más simples pueden resonar en un mundo acostumbrado a manifestaciones más estruendosas.

Casas inclinadas en Casas Grandes[]

En la región de Casas Grandes, Chihuahua, existe un conjunto de viviendas que ha desconcertado y fascinado tanto a locales como a visitantes desde hace más de un siglo. Conocidas como las "casas inclinadas," estas construcciones presentan una inclinación pronunciada que las hace parecer víctimas de un terremoto, aunque su estabilidad se mantiene intacta. A pesar de su peculiaridad —o quizás debido a ella—, estas viviendas han adquirido un enorme valor histórico y económico, llegando a ser tasadas en millones de pesos en el mercado inmobiliario.

El inicio de esta curiosa inclinación se remonta a 1911, cuando un terremoto de intensidad moderada sacudió la región de Casas Grandes. Aunque el evento no fue de gran magnitud en comparación con otros terremotos registrados en México, su impacto en el suelo arcilloso de esta área fue significativo. Las vibraciones del terreno provocaron un fenómeno conocido como licuefacción del suelo, donde las capas inferiores del suelo pierden consistencia y permiten que las estructuras construidas sobre ellas se desplacen o inclinen.

En aquel momento, la región no contaba con infraestructura diseñada para soportar movimientos telúricos, y las casas inclinadas —hechas con adobe y piedra, materiales predominantes en la arquitectura local— quedaron marcadas por el evento. Sorprendentemente, en lugar de colapsar, las estructuras se estabilizaron en sus posiciones inclinadas, desafiando las expectativas de derrumbe.

Con el paso de las décadas, estas casas dejaron de ser vistas como una curiosidad local para convertirse en símbolos culturales e históricos de Casas Grandes. Aunque muchas familias originalmente abandonaron estas viviendas por considerarlas inhabitables, otras permanecieron, adaptándose al curioso diseño inclinado. La resistencia de las estructuras al tiempo y las inclemencias climáticas aumentó su prestigio, y con ello surgió un renovado interés en preservar estas reliquias arquitectónicas.

Hoy en día, las casas inclinadas se consideran piezas únicas del patrimonio histórico de Chihuahua. Arquitectos e ingenieros han estudiado estas construcciones para comprender cómo lograron mantenerse en pie durante más de un siglo. Este valor histórico, sumado a su rareza, ha elevado significativamente su precio en el mercado inmobiliario. Algunas de estas viviendas, restauradas y convertidas en propiedades habitables o destinos turísticos, pueden llegar a costar varios millones de pesos, especialmente si están acompañadas de terrenos amplios o vistas privilegiadas de la región.

Una de las historias más llamativas relacionadas con las casas inclinadas es la existencia del "ferri de Casas Grandes," un servicio de transporte fluvial que operaba en el río Casas Grandes, ubicado cerca de estas viviendas. Durante la primera mitad del siglo XX, este ferri era esencial para la comunicación y el traslado de bienes entre las comunidades cercanas.

Aunque el ferri dejó de operar a mediados del siglo pasado, su historia está profundamente entrelazada con las casas inclinadas. Se dice que, en sus años de auge, el ferri transportaba no solo mercancías, sino también materiales utilizados en los intentos de restaurar las inclinadas viviendas. Algunos de los propietarios de estas casas aprovecharon el transporte fluvial para traer madera, ladrillos y otros recursos desde localidades cercanas, en un esfuerzo por mantener sus propiedades habitables.

Hoy en día, las casas inclinadas y el legado del ferri se han convertido en un atractivo turístico único de Casas Grandes. Visitantes de diferentes partes del país y del extranjero llegan a la región para observar estas estructuras que parecen desafiantes a las leyes de la física. Algunas han sido transformadas en pequeños museos o espacios culturales que narran la historia del terremoto de 1911 y la resistencia de estas viviendas al paso del tiempo.

Además, la peculiar inclinación de estas casas se ha convertido en un lienzo para artistas locales, quienes han intervenido las fachadas con murales que resaltan la historia y cultura de la región. Esto ha impulsado aún más su valor cultural y económico, atrayendo a coleccionistas, arquitectos y amantes de la historia interesados en adquirir estas propiedades únicas.

Las casas inclinadas de Casas Grandes son mucho más que una curiosidad visual. Son testigos silenciosos de la historia geológica y social de la región, de la resiliencia de sus habitantes y de la capacidad humana para adaptarse a las circunstancias más inusuales. Su inclinación, lejos de ser una falla, se ha convertido en su mayor virtud, un recordatorio de cómo los eventos naturales pueden transformar lo cotidiano en algo extraordinario.

Pareja en Tamaulipas cubre su casa con una bola de cristal[]

En medio del caos causado por el Huracán Alex en 2010, una historia peculiar emergió desde un rincón de Tamaulipas, dejando perplejos a vecinos y medios locales. Una pareja, conocida como Raúl y Marisela, decidió implementar una solución tan ingeniosa como insólita para proteger su hogar: cubrieron su casa con una estructura semejante a una “bola de cristal.” Este experimento único, que generó escepticismo inicial, se convirtió en un ejemplo de ingenio frente a desastres naturales.

El Huracán Alex, que tocó tierra en junio de 2010, fue uno de los fenómenos meteorológicos más destructivos que afectó el noreste de México en la última década. Con intensas lluvias y ráfagas de viento de hasta 155 km/h, Alex provocó severas inundaciones, daños estructurales y cortes de energía en ciudades de Tamaulipas como Reynosa, Matamoros y Ciudad Victoria. En este contexto de incertidumbre y temor, muchas familias optaron por evacuar sus hogares, mientras que otras buscaron medidas para proteger sus propiedades. Fue en este escenario que Raúl y Marisela, habitantes de un poblado cerca de Reynosa, tomaron una decisión que parecía sacada de un relato de ciencia ficción. En lugar de abandonar su casa, diseñaron una especie de domo transparente, hecho de materiales plásticos y refuerzos metálicos, con el que envolvieron toda su vivienda.

La idea de proteger su hogar con un domo no surgió de la nada. Raúl, un aficionado al bricolaje y ex empleado de una fábrica de plásticos industriales, había estado experimentando con materiales reciclados desde hacía años. Cuando el huracán fue anunciado, recordó una vieja idea que había tenido para construir invernaderos resistentes al viento. Usando láminas de policarbonato y PVC flexible que había acumulado, junto con soportes metálicos que consiguió de un taller cercano, comenzó a ensamblar la estructura.

El resultado fue un domo semiesférico que cubría completamente la casa de una planta donde vivía la pareja. Para anclarlo, Raúl utilizó cuerdas y estacas de acero clavadas profundamente en el suelo, asegurando que el viento no pudiera arrancarlo. Aunque rudimentaria, la estructura logró envolver la vivienda de manera hermética, dejando únicamente una entrada que podía ser cerrada con una solapa de plástico reforzado.

Cuando los vecinos vieron la estructura por primera vez, las reacciones fueron mixtas. Algunos la calificaron como una pérdida de tiempo, argumentando que un huracán tan fuerte arrasaría con cualquier material improvisado. Otros, sin embargo, sintieron curiosidad y hasta admiración por el ingenio de la pareja. Incluso algunos medios locales, que se enteraron del proyecto a través de fotografías difundidas en redes sociales, llegaron al lugar para documentar la “bola de cristal.” Las imágenes de la casa cubierta por el domo se volvieron virales, atrayendo comentarios tanto de apoyo como de incredulidad.

Cuando Alex finalmente golpeó la región, con lluvias torrenciales y vientos huracanados, la estructura fue puesta a prueba. Mientras muchas viviendas a su alrededor sufrían daños severos, la casa de Raúl y Marisela permaneció prácticamente intacta. El domo no solo protegió la vivienda de los fuertes vientos, sino que también desvió gran parte del agua que normalmente habría inundado el interior. Según explicó Raúl después del paso del huracán, las láminas de policarbonato estaban inclinadas de manera que el agua corría hacia los costados, evitando que se acumulara encima de la estructura. La pareja, que permaneció dentro de la casa durante toda la tormenta, declaró sentirse protegida gracias a su invento.

Según Raúl, el costo total de construir la “bola de cristal” fue de aproximadamente 7,000 pesos mexicanos, una cantidad relativamente baja considerando los daños que otras familias de la región enfrentaron. Aunque la estructura era rudimentaria y no estaba diseñada para durar indefinidamente, cumplió con su propósito de proteger la vivienda durante el huracán.

Después de Alex, el domo fue desmantelado, pero la experiencia de Raúl y Marisela dejó una lección importante sobre cómo el ingenio puede marcar la diferencia en situaciones de emergencia. Varios vecinos se acercaron a la pareja para preguntarles cómo replicar la idea, y algunos incluso comenzaron a experimentar con estructuras similares para proteger áreas específicas, como patios o techos, durante futuras tormentas.

Aunque la estructura no existe más, la historia de Raúl y Marisela sigue viva en la memoria colectiva de la comunidad. La pareja se convirtió en un símbolo de creatividad y determinación frente a la adversidad, demostrando que incluso en circunstancias extremas, el ingenio humano puede encontrar soluciones inesperadas. Hoy en día, la historia de la casa cubierta por una “bola de cristal” sigue siendo contada como una curiosidad local, recordando a todos que la preparación y la creatividad pueden ser tan importantes como la fuerza para enfrentar los embates de la naturaleza.

Un italiano encontró el acta de independencia en una caja[]

En 1970, un episodio singular y poco conocido ocurrió en el emblemático barrio de Tepito, en la Ciudad de México. En ese entonces, un ciudadano italiano llamado Pietro Bellini, quien había llegado al país unos años antes para trabajar en la industria del diseño, protagonizó un hallazgo que pasaría de ser una simple curiosidad personal a un posible evento histórico: el descubrimiento de lo que parecía ser un ejemplar del Acta de Independencia de México, oculto en una caja de cuadros antiguos que había comprado en el popular mercado del barrio. Esta historia, que mezcla intriga, casualidad y el atractivo universal de lo inesperado, es un recordatorio de cómo la historia puede esconderse en los lugares más insospechados.

Pietro Bellini, originario de Florencia, era un hombre con un gusto particular por las antigüedades y el arte. Aunque su trabajo como diseñador en una empresa de textiles lo mantenía ocupado, solía dedicar sus fines de semana a recorrer mercados y tianguis de la Ciudad de México en busca de objetos curiosos. Para él, Tepito era un lugar fascinante, un microcosmos donde la vida cotidiana se mezclaba con el comercio, el arte popular y, a veces, con el caos.

Una mañana de domingo en el otoño de 1970, Pietro decidió visitar Tepito con un objetivo claro: encontrar marcos y cuadros antiguos para decorar su departamento en la colonia Roma. Caminando entre los puestos abarrotados, se topó con un vendedor que ofrecía cajas llenas de cuadros apilados de manera desordenada. La mayoría eran obras pequeñas, sin valor aparente, con paisajes genéricos o retratos de personas desconocidas. Sin embargo, algo en la textura y el color desvaído de uno de los marcos llamó su atención. El vendedor, un hombre mayor con un sombrero de paja desgastado, le ofreció toda una caja de cuadros por un precio irrisorio. Según el relato posterior de Pietro, la caja contenía unas diez piezas, todas con marcos de madera trabajada pero visiblemente desgastados por el tiempo. Bellini no dudó en comprarla, más interesado en los marcos que en las pinturas en sí.

De regreso en su departamento, Pietro comenzó a inspeccionar su compra con más detalle. Algunos cuadros estaban dañados, otros eran copias burdas de paisajes mexicanos, y un par parecían ser retratos de finales del siglo XIX. Fue entonces cuando notó que, en el fondo de la caja, había un sobre de papel grueso, amarillento por el paso de los años, que parecía haber sido usado como respaldo de uno de los marcos. Al abrir el sobre, Pietro encontró un pliego de papel cuidadosamente doblado. Lo primero que notó fue la textura del papel, grueso y ligeramente rugoso, similar al que había visto en documentos antiguos durante su vida en Italia. Al desdoblarlo, quedó sorprendido al leer el encabezado: “Acta de la Independencia del Imperio Mexicano.”

El documento estaba escrito con caligrafía elaborada y mostraba varias firmas, algunas apenas legibles debido al desgaste. Aunque Pietro no estaba familiarizado con todos los detalles históricos de México, reconoció algunos nombres como Agustín de Iturbide y Juan O’Donojú, figuras clave en el proceso de independencia. La idea de que podía estar sosteniendo un documento histórico de tal relevancia lo dejó perplejo. Sin embargo, también era consciente de que podía tratarse de una copia, ya que sabía que las actas de independencia a menudo eran reproducidas en su época para ser enviadas a diferentes regiones del país.

Intrigado por su hallazgo, Pietro decidió llevar el documento a expertos en historia y conservación para determinar su autenticidad. Visitó primero una librería de viejo en el Centro Histórico, donde el dueño lo puso en contacto con un historiador amateur. Este, tras una breve inspección, le sugirió que acudiera al Archivo General de la Nación, donde se encontraba el Acta de Independencia original. En el Archivo, un grupo de especialistas examinó el documento y confirmó que, efectivamente, se trataba de una copia oficial del Acta de Independencia, probablemente enviada a alguna provincia o autoridad local durante los primeros años del México independiente. Lo que hacía al hallazgo aún más interesante era su excelente estado de conservación, considerando su antigüedad y el hecho de haber estado guardado de manera tan descuidada.

Uno de los aspectos más intrigantes del caso era cómo este documento había terminado en una caja de cuadros antiguos en Tepito. Pietro nunca logró rastrear con precisión su procedencia, ya que el vendedor simplemente le había dicho que los cuadros provenían de una casa antigua en el centro de la Ciudad de México. Esto abrió la posibilidad de que el documento hubiera pertenecido a una familia prominente en el siglo XIX que, con el tiempo, perdió su conexión con este valioso artefacto. Pietro, consciente del valor histórico del documento, decidió no quedárselo. Tras varias consultas, optó por donarlo al Archivo General de la Nación, donde se integró al acervo histórico del país. Aunque nunca recibió una compensación económica por su hallazgo, Pietro expresó en entrevistas que su satisfacción radicaba en haber contribuido a la preservación del patrimonio cultural de México.

Funeral Falso[]

En 1997, la vida de Fernando García Natalino dio un vuelco inesperado cuando le diagnosticaron una enfermedad pancreática que requería un trasplante urgente para poder sobrevivir. Con solo 38 años, Fernando era un trabajador dedicado, padre de cuatro hijas pequeñas, y su vida giraba en torno a proporcionarles un futuro estable. Sin embargo, la necesidad de un trasplante de páncreas, cuya operación superaba los 50,000 pesos, lo colocó en una situación desesperada.

Fernando contaba con una póliza médica de Seguros Valladolid, una aseguradora que en ese momento era conocida por ofrecer planes accesibles, pero que también enfrentaba críticas por su política de rechazos a procedimientos costosos. Cuando presentó la solicitud para que la aseguradora cubriera el trasplante, Fernando recibió una respuesta que lo devastó: Seguros Valladolid rechazó el reclamo argumentando que su póliza no cubría ese tipo de procedimientos debido a una “cláusula de enfermedades preexistentes.” La negativa fue un golpe brutal para Fernando, quien sabía que no tenía los recursos económicos para cubrir el procedimiento por su cuenta. Según relató más tarde en entrevistas, lo que más le dolía no era enfrentar la posibilidad de morir, sino la idea de dejar a sus cuatro hijas sin padre. “No podía dormir, no podía pensar en otra cosa que no fuera el futuro de mis niñas. Ellas me preguntaban si iba a estar bien, y yo no sabía qué responder,” explicó años después.

La historia de Fernando podría haber terminado en tragedia si no hubiera sido por la intervención de Samuel Ortega, un documentalista y periodista mexicano conocido por su estilo combativo y sus investigaciones incisivas. Ortega era el creador y conductor de un programa de televisión llamado “Verdades Ocultas: Historias del México Real”, emitido por el Canal 3 de Mayo, un espacio dedicado a exponer malas prácticas de empresas, funcionarios y otros actores de la vida pública en México. Cuando Samuel Ortega se enteró de la situación de Fernando a través de un amigo en común, decidió que su historia era perfecta para el programa. Pero en lugar de limitarse a contar el caso en televisión, Ortega diseñó una estrategia que combinaba protesta pública y presión mediática para obligar a Seguros Valladolid a reconsiderar su decisión.

La idea de Samuel Ortega era tan impactante como ingeniosa: organizar un funeral simbólico para Fernando García Natalino frente a las oficinas principales de Seguros Valladolid en la Ciudad de México. Según explicó Ortega más tarde, el objetivo era exponer de manera gráfica y contundente las consecuencias de las decisiones corporativas insensibles, mientras se generaba presión pública suficiente para forzar una respuesta. El evento, planeado meticulosamente, se llevó a cabo un lunes por la mañana, un día de alta afluencia laboral en la zona. Ortega consiguió un ataúd real, decorado con flores y una placa que decía: “Fernando García Natalino: Muerto por la avaricia de Seguros Valladolid.” Además, contrató un pequeño grupo de músicos para tocar marchas fúnebres y reunió a varios amigos y familiares de Fernando, quienes llevaban pancartas con mensajes como “La vida no tiene cláusulas” y “¿Cuánto vale una vida para Seguros Valladolid?”

Ortega también envió invitaciones formales a los directivos de la aseguradora, pidiéndoles que asistieran al “funeral” de Fernando y que observaran de cerca las consecuencias humanas de su negativa a pagar por el trasplante. El evento rápidamente atrajo la atención de los transeúntes y, más importante aún, de los medios de comunicación. Varias televisoras y periódicos llegaron al lugar para cubrir lo que inicialmente parecía una protesta inusual, pero que pronto se convirtió en un espectáculo mediático. Las imágenes del ataúd, las pancartas y un Fernando visiblemente débil sentado junto a su “propia tumba” comenzaron a circular en las noticias y despertaron indignación en la opinión pública.

La presión social creció a medida que las críticas hacia Seguros Valladolid se multiplicaban. La aseguradora, que en 1996 había reportado ganancias de más de 10 millones de pesos, comenzó a enfrentar cuestionamientos sobre su ética corporativa. La reputación de la empresa estaba en juego, y la asociación con el programa de Samuel Ortega, conocido por su impacto mediático, hacía que ignorar la situación fuera cada vez menos viable. El desenlace ocurrió apenas tres días después del “funeral simbólico.” Bajo una intensa presión mediática y social, Seguros Valladolid emitió un comunicado anunciando que, “en un acto de buena fe y compromiso con sus asegurados,” cubrirían el costo total del trasplante de Fernando García Natalino. Aunque en el comunicado no se hacía mención directa al evento organizado por Samuel Ortega, era evidente que la protesta había sido el factor determinante.

El trasplante fue realizado semanas después en un hospital especializado, y Fernando logró recuperarse con éxito. Según los médicos, su rápida intervención médica fue crucial para evitar complicaciones mayores, y Fernando pudo regresar a casa con su familia para continuar su vida. El caso de Fernando García Natalino tuvo repercusiones significativas. En el corto plazo, generó un cambio de percepción hacia Seguros Valladolid, que intentó reparar su imagen mediante campañas de responsabilidad social y ajustes a algunas de sus políticas. Sin embargo, el daño a su reputación ya estaba hecho, y la empresa eventualmente perdió participación en el mercado.

Por otro lado, Samuel Ortega y su programa “Verdades Ocultas” ganaron notoriedad por su capacidad para combinar el periodismo de denuncia con acciones creativas de protesta. Ortega continuó utilizando tácticas similares en otros casos, consolidándose como una figura influyente en la defensa de los derechos ciudadanos. Para Fernando, el episodio fue una mezcla de angustia, esperanza y, finalmente, gratitud. Aunque lamentaba haber tenido que pasar por una experiencia tan extrema para recibir ayuda, también reconocía que la solidaridad de las personas y la intervención de Samuel Ortega le habían dado una segunda oportunidad de vida. “Gracias a ellos, pude ver a mis hijas crecer,” dijo años después en una entrevista.

El niño tamaulipeco que construyó un reactor nuclear… y salió mal[]

En el año 2011, en el municipio de Burgos, Tamaulipas, un niño prodigio con un intelecto excepcional sorprendió al mundo al construir un reactor nuclear casero en el patio trasero de su casa. Su historia comenzó como la de cualquier niño curioso, fascinado por la ciencia, pero terminó convirtiéndose en un relato que rozó el desastre, despertando la preocupación de las autoridades y generando un debate sobre los límites de la experimentación casera y la regulación de materiales peligrosos.

Desde muy pequeño, Carlos Alberto Ríos Montemayor mostró habilidades fuera de lo común. A los cinco años ya había memorizado la tabla periódica, a los siete construyó su primer motor eléctrico con piezas recicladas, y a los diez desarrolló un sistema rudimentario de paneles solares caseros que logró alimentar una pequeña lámpara en su habitación. Sus padres, aunque no tenían formación científica, apoyaban su talento y lo motivaban a seguir explorando su fascinación por la física y la ingeniería.

Carlos devoraba libros de ciencia, desde manuales de electrónica hasta textos avanzados de termodinámica. Pasaba horas en la biblioteca de la universidad más cercana, absorbiendo conocimientos que muchos adultos apenas podían comprender. Con acceso a internet, descubrió foros y comunidades en línea donde entusiastas de la energía nuclear compartían información sobre reactores de fusión y fisión caseros. Fue en esos espacios digitales donde se convenció de que, con los materiales adecuados y suficiente determinación, él también podía construir su propio reactor nuclear.

A los doce años, Carlos comenzó a reunir los materiales para su ambicioso experimento. Compró detectores de radiación en línea, adquirió piezas electrónicas en deshuesaderos y recopiló información detallada sobre la construcción de reactores experimentales. Logró obtener pequeñas cantidades de torio y uranio de fuentes inesperadas, incluyendo viejos detectores de humo y piedras minerales recolectadas en una mina abandonada cerca de su pueblo.

Su reactor estaba basado en un diseño de fusión nuclear de confinamiento inercial, utilizando una esfera metálica como cámara de reacción y un sistema improvisado de imanes de neodimio para tratar de mantener un campo de contención. Para alimentar la reacción, utilizó una combinación de gas de deuterio (obtenido de agua pesada filtrada en casa) y pequeñas cantidades de uranio que extrajo artesanalmente de los materiales recolectados.

Durante semanas, trabajó en su taller improvisado, haciendo ajustes y midiendo niveles de radiación con un contador Geiger comprado en una tienda de antigüedades. Su meta era lograr una reacción autosostenida en miniatura, similar a los experimentos realizados por otros aficionados en el mundo. Sin embargo, lo que no anticipó fue que su reactor no solo generaría una ligera emisión radiactiva, sino que su construcción descuidada y la falta de medidas de seguridad lo convertirían en una bomba de tiempo.

El 17 de mayo de 2012, Carlos decidió encender su reactor por primera vez. Lo que comenzó como un experimento controlado rápidamente se salió de sus manos. Un error en el sellado de la cámara de reacción provocó una fuga de gas de deuterio, lo que generó una mini explosión que lanzó fragmentos metálicos a varios metros de distancia. Afortunadamente, no hubo llamas, pero la explosión dejó un boquete en la mesa de trabajo y dañó su equipo de medición.

Lo peor llegó cuando, horas después, su madre notó que Carlos tenía síntomas inusuales: mareo, debilidad extrema y vómitos. Sin saberlo, había estado expuesto a una cantidad considerable de radiación. Aunque su reactor no había alcanzado una reacción en cadena autosostenida, sí había liberado una dosis suficiente de radiación ionizante para afectar su salud.

Alarmados, sus padres lo llevaron al hospital más cercano, donde los médicos inicialmente no comprendían la causa de su malestar. Solo después de varios análisis y preguntas sobre su entorno se descubrió que había estado manejando materiales radiactivos. Esto llevó a una investigación que terminó involucrando a la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS), así como a Protección Civil, quienes llegaron a su casa con trajes de protección para evaluar la situación.

Al descubrir el reactor casero, las autoridades entraron en pánico. Si bien no había peligro de una explosión nuclear como en las películas, la cantidad de radiación dispersa en su taller representaba un riesgo biológico. Se ordenó la evacuación temporal de su familia y se implementó un protocolo de descontaminación en la casa. Los inspectores encontraron niveles de radiación elevados en algunos puntos del taller y, aunque no representaban una amenaza catastrófica, sí superaban los límites permitidos para la exposición humana. También descubrieron que Carlos había acumulado pequeñas fuentes radiactivas sin las medidas de seguridad adecuadas, lo que podía haber causado una contaminación progresiva si el experimento continuaba.

El caso llegó a los medios de comunicación, que lo bautizaron como "El Niño Nuclear de Tamaulipas". Hubo un intenso debate sobre la regulación de materiales radiactivos y la facilidad con la que un menor pudo acceder a información y materiales peligrosos. Aunque no se presentaron cargos en su contra debido a su edad, sus padres fueron sancionados por negligencia y obligados a colaborar con las autoridades en la limpieza y descontaminación del área.

Carlos pasó varias semanas en tratamiento médico para contrarrestar los efectos de la exposición. Afortunadamente, no sufrió daños irreversibles, pero su salud quedó afectada por un tiempo. Tras el incidente, Carlos fue prohibido de realizar experimentos relacionados con energía nuclear sin la supervisión de expertos. Sin embargo, su talento llamó la atención de universidades y centros de investigación, algunos de los cuales le ofrecieron programas de mentoría para canalizar su inteligencia de manera segura.

Años después, Carlos se convirtió en ingeniero nuclear y trabajó en proyectos de energía renovable y seguridad radiológica, aprendiendo de su experiencia juvenil para promover la educación responsable en ciencia y tecnología. A pesar de su error, su historia inspiró a muchos jóvenes a interesarse en la ciencia, aunque con una lección clara: la experimentación sin las medidas adecuadas puede tener consecuencias serias.

Hoy en día, el caso del niño tamaulipeco que construyó un reactor nuclear sigue siendo recordado en círculos científicos y de seguridad. Ha sido tema de debates sobre el acceso a materiales peligrosos, la educación científica en niños prodigios y los riesgos de la experimentación sin supervisión. Aunque su reactor nunca estuvo cerca de una catástrofe nuclear, su historia demostró que incluso el conocimiento más avanzado, en manos inexpertas, puede convertirse en un arma de doble filo.

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