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La Guerra del Perú (1970 - 1982), también conocida como Guerra Peruana, y en Estados Unidos como Peruvian Liberation War en un primer momento y actualmente como Peruvian War, fue un conflicto armado que enfrentó a las fuerzas armadas de Estados Unidos contra la República de Perú, cuyo objetivo era impedir la consolidación del Gobierno Revolucionario Militar de Juan Velasco Alvarado. El principal motivo era que este gobernante había sido acusado de ser comunista y prorruso por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, debido principalmente a que promulgó una reforma agraria considerada lesiva para los intereses de grandes corporaciones fruteras estadounidenses.
Este conflicto se extendió a la totalidad del territorio peruano, afectando a zonas fronterizas de Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia y Brasil, además de saldarse con cerca de 370.000 muertos y mas de 2.000.000 de desplazados tanto internos como externos a causa de la guerra.
Críticas a la guerra[]
La opinión mundial, a la que pronto se unió gran parte de la prensa mundial y de la prensa estadounidense, empezó a percibir aquél conflicto como una guerra muy sucia y excesivamente cruel, cuando no una cruda agresión imperialista. El sentimiento predominante era el de que se trataba de una situación de "matonismo a nivel de Estado", en la que un país muy grande trataba de aplastar a otro más pequeño por la pura fuerza militar, para someterlo de la forma más brutal. Todo ello en base a oscuras cuestiones ideológicas, que a los peruanos se les escapaban, y (lo que era casi peor) que ni siquiera los líderes estadounidenses parecían tener claras.
A la mala prensa, se añadió un claro sentimiento de desconexión entre el Gobierno y los ciudadanos representados por éste. Pese a haber entrado en la guerra con un 50% de población a favor, un sondeo Gallup, en 1979, puso de manifiesto que el 80% de la población de Estados Unidos ignoraba las razones por las que el Presidente insistía en seguir adelante con la guerra en Perú, o de conocerlas, consideraba insuficientes las justificaciones aportadas por el Gobierno y los medios de comunicación afines a la "línea dura".
Por último, las agrias disputas entre los miembros del Estado Mayor, aireadas por la prensa pese a los esfuerzos del DHS, sobre los objetivos y métodos de lucha, dieron material de sobra a quienes argumentaban que aquella guerra era un sinsentido, pues "Si ni siquiera el Presidente, ni el Estado Mayor, saben por qué están ahí nuestras tropas, ¿qué sentido tiene mantenerlas en ese país?"
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